
Cora Moret y Chino Montenegro se conocen a mediados de los años sesenta
en un solitario vagón rumbo a Cádiz. Tienen diecisiete años, son
inteligentes, escépticos y no pertenecen a nada. Él, hijo de un
arrumbador del puerto de Cádiz y la florista del cementerio, sueña con
ser escritor; ella, nacida en el Marruecos colonial y criada en salones
de mármoles y silencio, se lo cuestiona todo y lo contrario, también.
Pese a ser tan diferentes se reconocen enseguida como dos iguales.